Un chico que participó por primera vez, me dijo el último día de festival: «Veo que sois una comunidad muy organizada». Sí, somos una comunidad, y me emociona sólo escribirlo. Hemos participando en nuestras respectivas vidas, cumpleaños, nacimientos, despedidas y reencuentros. Con David, Sergio e Ives, colaboré en la milonga de Notariat, y con Yves, Berta y Marc hemos compartido piso, vacaciones y mucho más. Kampa y Amelia, cuya historia como pareja empezó en Cardona, son dos de las personas por las que mi vida en Barcelona me es tan querida. Y todos nosotros, junto con Mónica, y Sebastián, y Manon, y los niños, Mona y Felipe hicimos algo muy lindo y hasta cierto punto inesperado: hicimos nuestro trabajo con la mínima coordinación y con entrega total, de una forma muy orgánica y comprometida. «Sin plan» era una frase que iban diciendo Marc y David. Y aún así, para sorpresa de todos, las cosas iban saliendo, no a último momento, no con prisas ni saturaciones, sino en el momento justo, con magia, con amor.
«La experiencia de Cardona es mucho más que seguir un programa escrito» me decía Todd en el último café en la plaza, el lunes por la mañana. Es ir transitando por los diferentes escenarios, improvisadamente, al encuentro de lo inevitable: podía ser bajo la luz dorada del atardecer en el lago, o encontrarse con grupos de amigos o desconocidos en las terrazas del pueblo, aparecer en la práctica para barrer el suelo o bailar la tanda de mi vida, o en la cocina para bailar una cumbia, lavar vasos o calentar la cena del domingo. Aunque el festival terminaba oficialmente el domingo y mis amigos con los que viajé a Cardona en coche regresaban ese mismo día, yo quise quedarme una noche más porque sentía claramente que no había llegado el final. El lunes por la mañana, cuando escribía en mi cuaderno junto a la cocina, llegó David y tuvimos una de las hermosas charlas de este fin de semana. ¡Qué suerte tuvimos con los artistas invitados! Los performances de Mona, el trapecio de Salomé, el piano de Felipe y su creatividad, la exposición de dibujos de Todd. Y también, qué suerte de poder aprender de este equipo increíble. No voy a decir que «ya aprendí», pero sí que me gustaría hacerlo, de Sebastián, a enseñar con algo más que las palabras, de David, su experiencia y sensibilidad y capacidad de adaptación, de Yves, su arrojo de musicalizar, su preocupación y ocupación de que todo mundo esté a gusto. De Sergio, su forma relajada y creativa de cuidarnos con la comida y alegrarnos con su música, de Berta, su discreta y amorosa manera de cuidar lo importante. Me gustaría aprender de Kampa y Amelia la humildad y naturalidad y la entrega con la que lo hacen todo. De Gabi su sensibilidad y talento. De Mónica, en quien rebotaban tantas preguntas sin respuestas, además de su trabajo, su temple y sonrisa.
Qué afortunados fuimos también con los musicalizadores espontáneos . Este ha sido el año de la espontaneidad y la magia, de la generosidad y los regalos. Fue muy hermoso que el domingo en la tarde, después de la comida y el baño con manguera de la tarraza con vistas al castillo, cuando ya casi todo mundo se había ido, después de bailar cumbias y salsas, la pareja de agricultores que nos surtían de hortalizas orgánicas, se quedaron bailando solos, conectadísimos, bajo un refulgente chorro de agua.
En la noche, ahí mismo en la terraza, bajo la luz de las velas, charlando y riendo y cansados y emocionados y medio tontos, vimos caer una enorme estrella fugaz. Bueno, yo no la vi porque estaba mirando a otro lado, vi la boca abierta de mis amigos y el ¡Ohhh! colectivo.
Bueno, quería decir todo esto antes de que baje la emoción, y agradecer a este hermosa comunidad por todo, y a tanta gente que creyó en ella y le dio sentido a cada día de arte y tango en Cardona.